viernes, 28 de mayo de 2021

Eres el mejor

Eres el mejor


Llevaba ya cinco años como profesor de Historia Universal en la Primera Preparatoria Goethia, adscrita a la prestigiosa Universidad Solomon III, ubicada en la ciudad de Kanna. 

Llegar a esa posición era el resultado de un gran golpe de suerte, además del esfuerzo y la dedicación, sumados al apoyo de Helena, mi bella esposa. 

Estudiábamos juntos en la universidad, aunque no solíamos relacionarnos, pero en el inicio del segundo año, y por decisión de nuestro profesor de arte, tuvimos que hacer un trabajo juntos. Mientras hacíamos la visita al museo designado, se dio el espacio para conocernos un poco mejor. No tardamos más de cuarenta minutos en desarrollar todas las actividades, pero pasamos horas hablando, como si fuésemos viejos amigos que se reencontraban luego de muchos años.

Desde ese frío día de septiembre sentimos que algo nos unía, pero no fue sino hasta diciembre que decidimos ser novios. 

Entre las bromas que nacen del idilio, prometimos ante la lluvia de invierno que nos casaríamos al terminar la universidad. Un compromiso de juguete que surgió de la emoción del momento que se hizo realidad tres años después. Habíamos visto un pequeño apartamento para rentar cerca a la universidad, y hablamos con nuestras familias sobre el deseo de vivir juntos. Ellos no estuvieron de acuerdo porque consideraban que no era más que un capricho juvenil, y que no estaban dispuestos a apoyarnos en eso, pues creían que sería un grave error que impediría nuestro desarrollo como personas exitosas en la vida.

Decidimos ignorar eso y seguir con nuestros planes. Impulsados por el amor y los ahorros que cada uno había reunido, nos casamos en la capilla de un pueblo cercano. Invitamos a nuestros amigos, advirtiendo que no teníamos nada para ofrecerles. Al salir de la pequeña ceremonia, nos llevaron hasta la casa de campo de la familia de Norah, la mejor amiga de Helena. Ella, junto a otros amigos, había organizado un gran banquete sorpresa, donde además nos dieron muchos regalos útiles para nuestro nuevo hogar.

De esa forma empezaba una difícil etapa. Sin el respaldo económico de nuestras familias, el dinero empezaba a escasear poco a poco. La preocupación me invadía, y me lamentaba por haber arrastrado a Helena a una situación tan compleja. Llegar a casa sabiendo que no podía conseguir suficiente dinero para nuestros gastos me atormentaba, pero ver la sonrisa que ella mostraba mientras me apoyaba me daban el impulso necesario para no rendirme.

Luego de pasar por tantos trabajos inestables, logré acceder al cargo de guía en el Museo de Arte Clásico de Kanna, donde al fin obtuve un buen ingreso. Helena también trabajaba, aunque solía hacerlo en labores ajenas a sus estudios. Ella nunca sintió aprecio por la Historia, y sólo había ingresado a ese programa para no tener que estudiar Leyes, pues sus padres eran dos reconocidos abogados, y esperaban que su única hija continuara con su legado profesional. Su verdadera pasión eran las flores, así que desde que inicié mi nuevo trabajo, compré en secreto un pequeño baúl para guardar una reserva de dinero que sirviera para apoyarla en su sueño de tener una hermosa y reconocida floristería.

...

Habían pasado ya cuatro años desde que nos casamos, y logramos obtener un poco de estabilidad. Yo seguía trabajando en el museo, aunque ahora ocupaba un cargo administrativo, mientras que Helena tenía un buen puesto en el Jardín Botánico de la universidad donde estudiamos. Con esto pudimos mudarnos a un lugar más grande y mejor ubicado, además de comprar un auto y darle más calidad a nuestra vida.

A pesar de alcanzar todo esto, sentía que se desaparecía mi emoción por las cosas. Mi trabajo era algo distante a lo que soñaba hacer, y el aburrimiento se hizo presente en mi día a día. Evelynn, mi jefe, era una persona muy atenta, y no tardó en notar mi decaimiento.

Una tarde de martes se acercó para preguntarme si sucedía algo, y ofrecer su ayuda en caso de que fuese útil. Me hizo sentir extrañamente cómodo, por lo que, sin pensarlo, le hablé de lo que pasaba, y ella escuchó amablemente todo mi lamento. No sé qué tan mal visto pueda llegar a ser el quejarte con tu jefe por lo inconforme que te hace sentir tu trabajo, pero su actitud acogedora me hizo sentir en confianza para hablarlo. 

Esto me permitió desahogarme y liberarme un poco de la pesada carga que traía. No había sido capaz antes de hablar esto con Helena porque era consciente de sus ocupaciones diarias, y tampoco quería mancillar con mis problemas esa hermosa sonrisa que me regalaba todos los días.

El viernes siguiente recibí de manos de Evelynn una extraña carta. La sonrisa que ella puso al entregarme aquel sobre me dejó muy confundido. «Te deseo la mejor de las suertes» dijo antes de irse. Mi respiración se detuvo mientras leía su contenido, y tuve que tomar asiento para poder reponerme e intentar entender lo que sucedía.

«Luego de recibir la recomendación de uno de nuestros distinguidos socios directivos, hemos evaluado su currículum vitae, observando que cumple a cabalidad con el perfil deseado para suplir la vacante de Profesor de Historia Universal...».

Cuando pude recuperar el aliento, corrí hacia la oficina de mi jefe para preguntar de qué se trataba todo eso. Ella me explicó que había visto la oferta laboral, y luego de escuchar lo que sentía, le pidió a su tío que postulara mi nombre.

De una forma totalmente inesperada, había logrado ingresar a la Primera Preparatoria Goethia. Lo que había visto antes como un sueño lejano estaba a sólo unos días de hacerse realidad. Evelynn dijo que se encargaría de mi retiro del museo y de todo el papeleo necesario, para que así pudiera regresar a casa desde ese momento, pues mi ingreso sería el lunes siguiente.

Llegué a casa lo más rápido que pude, y de inmediato llamé a Helena. Al contarle lo sucedido, respondió con mucha alegría y me invitó a cenar para celebrarlo. Nos encontramos en un restaurante que solíamos visitar cuando algo importante ocurría. Ahí, mientras comía mi plato de pastas favorito, le conté todo lo que había pasado durante la tarde, y cómo la ayuda de Evelynn me había sacado del pozo en el que lentamente me hundía.

De repente, la brillante sonrisa de Helena se esfumó, y sus azulados ojos me miraban con firmeza, como si desde su interior avanzara una ola que estaba a punto de arrastrarme. Desde ese momento, sus respuestas se hicieron secas, y la noche lentamente se apagó.

Era la primera vez en años que había tanta tensión entre nosotros, y mis intentos por conocer las causas de eso sólo encontraban respuesta en sus frías palabras y actitud repelente. No fue sino hasta el domingo en la noche, cuando ya teníamos las luces apagadas, que ella decidió hablar:

«Sólo quédate ahí y no respondas nada» - dijo mientras me daba la espalda - «Si no te sentías bien con tu trabajo, ¿por qué no me dijiste? Se supone que estamos juntos para apoyarnos y enfrentar las dificultades de la mejor manera posible. No entiendo por qué sí pudiste hablar con alguien más sobre algo tan importante para ti, y a mi me lo ocultaste durante varios días. Sé que no podía darte una solución como esa mujer lo hizo, pero es aquí, conmigo, donde siempre tienes un lugar para soportarte... Como sea, no dejo de estar feliz por lo que conseguiste, y para mañana ya todo estará bien. No quiero que esto siga así cuando estás por iniciar algo que siempre quisiste hacer. Recuerda que eres el mejor. Buena noche, cariño».

Tal y como lo pidió, no emití respuesta alguna. Sus palabras suaves pero contundentes habían dejado claro el origen de su malestar. Aunque lo único que yo buscaba era no irrumpir en sus cosas con mis problemas, al escucharla sentí que le había fallado a nuestra relación. Sabía que debía buscar la forma de remediarlo, pero no sacaría nada con desvelarme, así que resguardé mi preocupación y dejé que el sueño me arrullara en sus brazos.

Al despertar, sólo podía pensar en la noche anterior, y luego de un momento entendí que ocultarle algo a Helena era traicionar su confianza. Por eso, decidí que le haría saber absolutamente todo lo que me sucediera. Desde ese momento y hasta la actualidad, casi cinco años después de lo ocurrido, le he contado cada cosa o pensamiento surgido de las situaciones vividas en mi cotidianidad. 

Todas las noches, mientras cenamos, solemos hablar de lo que nos ha sucedido durante el día, compartiendo nuestras experiencias. Sin embargo, Helena no suele decir mucho, así que la mayoría del tiempo estoy hablando yo. A veces siento algo de vergüenza por eso, pero ella me ha escuchado todo el tiempo con una bella sonrisa en su rostro.

Suele hacer muchos comentarios sobre mis historias, para luego decir «eres el mejor» cada que terminamos de hablar, aunque últimamente es lo único que responde. Cuando me despido de ella antes de salir al trabajo también suele repetir esa frase, y aunque no dice nada más, siento un gran apoyo en sus palabras. Siempre se ve sonriente, y es esa felicidad la que me motiva a esforzarme y ser el mejor, para no defraudarla.

El viernes pasado se me hizo tarde y tuve que salir sin desayunar. Tomé mi maleta y las llaves del auto, antes de ir a recoger mi abrigo que estaba en el perchero. El día era bastante frío, anunciando la llegada de un nuevo invierno.

«Adiós, amor. Espero que tengas un buen día» - le dije a Helena, pero no me contestó. Ella estaba  en el comedor desayunando, por lo que sólo alcanzaba a ver su espalda. Pensé que no me había escuchado, así que me regresé para despedirme de nuevo.

«Adiós, am-» - su mirada se perdía en la inmensidad de sus pensamientos, mientras sostenía en el aire una cuchara vacía. Su expresión era apagada y fría, muy distante a la alegría que suele verse en su hermoso rostro. Al notar eso me sentí muy tenso, pues era algo fuera de lo común.

«¿Pasa algo?» - le pregunté. Mis palabras la trajeron de nuevo a la realidad, y por un acto reflejo se llevó la cuchara a la boca. Al notar que estaba vacía, la sujetó de nuevo y se quedó mirándola por unos segundos.

«L-Lo siento, me distraje» -  respondió con voz baja, antes de levantar su mirada y regalarme esa resplandeciente sonrisa que la caracterizaba. Al ver eso, desapareció toda mi preocupación, pues sus ojos azulados reflejaban su típica alegría.

«¿No vas a comer nada antes de salir?»

«No, no alcanzo. Voy algo tarde».

«Está bien, ve con cuidado. No olvides que eres el mejor».

Sus palabras eran mi combustible diario, y ese día, como todos los días, esperaba tener muchas cosas por contarle.

La jornada había finalizado, y estaba en la oficina de profesores, ordenando todo para irme, cuando una mujer bastante refinada llamó a la puerta preguntando por mi. Era la madre de Ethan, uno de mis alumnos de segundo año. Pensé que podía ser uno de esos típicos problemas donde las madres buscan culpar al profesor de las fallas de sus hijos, pero lo que dijo fue algo totalmente ajeno a mis expectativas.

«Mi hijo siempre tuvo dificultades con el estudio, a raíz de los problemas que hemos tenido que enfrentar. Su padre es una persona adinerada que cree que eso le da el poder para manejar a todos a su antojo. Desde que era pequeño, Ethan ha sido testigo de los abusos a los que fui sometida, y cuando creció, también fue víctima de estos, hasta que hace un par de años aquel hombre decidió abandonarnos. Aunque amo a mi hijo con toda mi alma y siempre se lo he demostrado, tuve que dejarlo un poco solo mientras lograba establecer un soporte económico que nos diera estabilidad. Nunca quise que pasara necesidad alguna, y por eso me esforcé para tener buenos ingresos, pero mientras lo lograba, no pude darle el apoyo que llegó a necesitar en algunos momentos importantes. Es por eso que él adoptó actitudes rebeldes y sin preocupación alguna por el futuro, lo que lo ha llevado a ser tan descuidado con su estudio.

Tal vez se pregunte por qué vengo a decirle todo esto, o piense que solo quiero excusar las falencias de mi hijo, pero en realidad quiero agradecerle».

Se quedó en silencio por un instante, mientras yo la miraba confundido al ver cómo las lágrimas se asomaban entre sus largas pestañas.

«Desde hace unos meses, Ethan ha estado mucho más tranquilo y dedicado a la escuela. Se levanta con una mejor actitud que antes. Además, últimamente lee mucho, e incluso me pidió algunos libros nuevos. Me sorprendí al ver que todos eran de historiadores y académicos, por lo que le pregunté a qué se debía su interés por esos temas. Con algo de vergüenza empezó a hablarme de la escuela, su gusto por esas áreas, y lo que quería conseguir. Poco a poco abrió su corazón y me regaló una conversación sincera, de esas que nunca habíamos podido tener como madre e hijo. Me contó que en este segundo año había conocido a un joven profesor que enseñaba con una pasión tan fuerte que imprimía en todos la alegría por conocer más acerca de los increíbles detalles de la historia del mundo. No pudo evitar sentirse maravillado por esto, así que decidió leer en casa sobre lo que veían en las clases. Me dijo que, con el paso del tiempo, sintió una gran admiración por aquel maestro, y decidió que quería ser alguien como él que, sin saberlo, había tenido la capacidad de sacarlo de ese desolado agujero en el que se había refugiado para no sentir la tristeza que le causaban las dificultades que había tenido que afrontar al verme sufrir y tener que vivir en un entorno familiar tan fragmentado. Mi pequeño Ethan quiere ser como usted, profesor, y aunque todavía tiene calificaciones regulares, todos los días se esfuerza y busca mejorar.

No sabe la alegría que siento al ver que mi pequeño ha decidido levantarse y abrirse paso hacia el futuro. Quiere estudiar historia y ser maestro, tal y como usted lo es... ¡Muchas gracias, profesor Bennett!»

Aquella mujer sacó unas gafas de sol y se las puso para ocultar sus ojos llorosos. Se levantó y se despidió amablemente, dejando atrás el dulce aroma floral de su perfume.

Me quedé inmóvil en mi asiento durante unos minutos, tratando de asimilar la conversación que acababa de tener. Siempre he deseado lo mejor para mis estudiantes, y por eso he dado todo lo que tengo para ofrecer algo más que una simple cátedra de historia, pero nunca pensé que podría impactar de esa forma en la vida de alguien. Me levanté con una sonrisa tatuada en mi rostro, y salí hacia el auto para ir directo a casa a contarle a Helena sobre lo ocurrido. Había logrado algo digno de sus palabras, y me hacía feliz el saber que podía demostrarle que no se equivocaba al decir que soy el mejor.

Llamé a su teléfono para saber si seguía en su trabajo y así pasar a recogerla, pero no contestó. Insistí un par de veces más pero pasaba al buzón. Era algo extraño, pero no le presté mayor cuidado. Supuse que ya estaba en casa, así que seguí conduciendo sin pensar en eso.

En poco más de cuarenta minutos estaba frente a la puerta. La noche de aquel viernes empezaba a cobijar la ciudad con su oscuro y frío manto, mientras la luna de nuevo brillaba en la cima del mundo. La helada brisa hacía que mi aliento se convirtiera en una espesa nube blanca que rápidamente se disipaba. Al entrar, pude ver que la luz de la cocina estaba encendida, lo que iluminaba un poco la sala y el comedor. Con eso ya sabía que Helena estaba en casa, así que decidí caminar lentamente hasta el fondo para darle una sorpresa, pero al avanzar un poco, me di cuenta que ella estaba recostada en el sofá. Me acerqué a ella con la sutileza necesaria para no despertarla, pero cada paso que daba se sentía peculiar, como si caminara por un sendero lleno de rocas. La sombra que creaban los muebles del lugar me obligaban a seguir avanzando a ciegas mientras escuchaba el crujido que cada paso causaba, pero seguía sin darle importancia, pues sólo quería ver los ojos llenos de alegría de mi amada esposa.

La tenue luz que alcanzaba a llegar hasta ella me dejo notar su tranquila expresión. Tal vez estaba demasiado cansada y sin querer cayó en un sueño profundo, pensé al ver que estaba sin cobija y con la calefacción apagada, como si no tuviera en cuenta que estamos en la época fría del año. Me quité mi abrigo y la cubrí. Una parte de mi deseaba que despertara para así contarle sobre mi día, por lo que mis movimientos para cobijarla no fueron muy suaves, pero otra parte de mi aborrecía ese egoísmo y sólo quería que ella pudiera descansar.

Me acerqué para darle un beso en la frente, y su piel congeló mis labios al instante. Dormirse de esa forma había hecho que el frío se apoderara de su cuerpo, o al menos eso quería creer. Decidí despertarla para llevarla a tomar algo caliente y luego pasar a dormir a la habitación. La llamé pero no obtuve respuesta, así que sujeté sus hombros y la sacudí un poco, pero el resultado era el mismo. Debía estar muy cansada porque su sueño era demasiado profundo, pero si seguía ahí iba a pescar un fuerte resfriado. Me levanté y giré hacia la pared de atrás para encender las luces de la sala. De nuevo, las pequeñas cosas regadas por el suelo crujían bajo mis zapatos, y al bajar la mirada hacia el suelo encontré pequeños trozos blancos dispersados por el lugar. ¿Un vaso roto? ¿La humedad se había congelado? No tenía idea alguna de qué era eso, pero al mirar hacia el sofá donde estaba Helena pude ver algunos frascos plásticos que le dieron sentido a lo que sucedía.

Su hermoso y pálido rostro se veía apagado, y una desagradable espuma amarillenta brotaba por la comisura de sus labios, manchando su mejilla, su cabello e incluso el cojín sobre el que se había recostado. Mi respiración se aceleró al verla así, y mientras el vaho que expelía aumentaba como si fuese la chimenea de un tren de vapor, Helena parecía estar congelada en el tiempo, como si fuese una pintura en la que retrataban la peor de las pesadillas. No había forma alguna de que una persona pudiese dormir tan plácidamente estando expuesta a la gélida compañía del crudo invierno de Kanna...

...

Miré mi reloj y las manecillas marcaban las 7:50 am del día siguiente. Entre la desesperación, las preguntas de la policía y los trámites del hospital, no había tenido tiempo para dormir, aunque tampoco es que hubiese podido conciliar el sueño. Habían pasado más de doce horas y seguía sin entender qué era lo que sucedía. Recibí la llamada de los servicios funerarios, quienes me dieron un mensaje de ánimo que sonaba a frase reciclada por una operadora automática. Acordaron hacerse cargo de todo lo que seguía, por lo que debía dejar una autorización firmada en el hospital para que pudieran acceder.

Sentía que estaba en un lugar indebido, rodeado por ojos que me veían con duda y lástima, Pero eso se hacía irrelevante frente al peso de la mirada de las dos personas que estaban al otro lado de la sala de espera. Eran los padres de Helena, que habían llegado antes de la media noche. Intentaban conservar sus actitudes refinadas, pero se les notaba la melancolía en el rostro. No me habían dirigido palabra alguna, pero sus ojos apuntaban con frialdad hacia mí, cargándome la culpa de lo que ocurría. Lo único que yo había hecho hasta ese momento era estar sentado, esperando, y atendiendo lo requerido. Mi cuerpo no sabía de qué otra forma reaccionar, y mi mente había entrado en un estado inerte, como si no quisiera asimilar los hechos.

A eso de las 9 am, los agentes de policía me pidieron que fuera a casa. Debía descansar un momento para poder acudir a lo que seguía. Los padres de Helena solicitaron que su funeral fuese en la mañana siguiente, y le pidieron a los encargados que no me dejaran entrometerme en los preparativos. No sé qué pretendían con eso, pero tampoco quería pensar en sus intenciones. Sólo recogí mi abrigo y salí a tomar un taxi para irme.

...

Con la luz del día pude ver el desastre que quedó. Incontables fragmentos de las pastillas que estaban dispersas por el suelo ensuciaban toda la sala y el comedor. El fuerte olor a fármaco también se había acumulado, pero mi conciencia hizo todo eso a un lado y me impulsó hasta la cama para dormir. No quería nada más...

...

Desperté aturdido, buscando el teléfono con mi mano por toda la cama para callar su ruidoso timbre. Todo estaba oscuro, y cuando al fin logré encontrarlo, pude ver en la pantalla que ya eran las 10 pm. Tenía casi treinta llamadas perdidas entre las 2 pm y ese momento. No presté atención a eso y lo dejé a un lado para dormirme de nuevo, pero antes de lograrlo, el teléfono sonó una vez más. Dejé que terminara de sonar para apagarlo y poder dormir tranquilo, pero una pequeña notificación se asomó antes.

«Mensaje nuevo - Buzón de llamadas». Presioné la pantalla y, luego de un par de pitidos, se escuchó una desconocida voz.

«Señor Bennett, buena noche. Le habla Halsey Adams, del servicio funerario. Ante la imposibilidad de establecer contacto, dejo el mensaje por este medio, esperando que logre llegar a usted. El señor y la señora Georgiou me pidieron informarle que el funeral de su hija, Helena Bennett, se llevará a cabo mañana a las 9 am, en la Capilla de St. Margaret, al interior del Cementerio del Este».

Es cierto... una cama para dos donde estoy solo me recuerda que a este lugar le falta algo. De nuevo me dejé dormir, esperando encontrar en mis sueños la pieza desaparecida.

...

Abrí los ojos de golpe, como si me hubieran vertido un vaso de agua fría en la cara. La luz se filtraba entre las cortinas, anunciando el inicio de un nuevo día. Me levanté asustado, creyendo que ya era tarde y no había podido llegar, pero no fue así. El reloj marcaba las 7:30 am, y tenía el tiempo justo para alistarme y salir. Llegar a St. Margaret me tomaría una hora, así que sólo tenía treinta minutos para bañarme y tomar algo liviano.

Fue un viaje tranquilo, en el que sólo me crucé con uno que otro carro de carga, y varios vehículos que al parecer también iban a la capilla.

Había muchos rostros conocidos al interior del lugar. Compañeros de trabajo, amigos y familiares habían llegado para despedirse. Algunos se acercaron a dar mensajes de apoyo, pero yo sólo podía responder de forma simple y vaga.

Todo transcurrió sin problema, o supongo que así fue. Mi atención se centró en el rostro maquillado de Helena. Era extraño verla con los labios tan rojos y los ojos tan delineados, cuando ella solía aplicarse una suave capa de colores claros y neutros. Aun así, no dejaba de verse hermosa, como una fina muñeca de porcelana, inerte ante el triste paso de la vida.

La corta ceremonia terminó y se llevaron aquella caja de madera. El llanto y la tristeza se apoderaron del lugar, mientras cubrían con tierra un gran agujero cavado frente a nosotros. Una suave y fría llovizna caía, y yo sólo quería regresar pronto a casa. No dejaba de sentir la mirada profunda de los padres de Helena, que seguían juzgando mi inexpresiva presencia. Además de eso, también escuchaba comentarios que cuestionaban mi actitud, diciendo incluso que no me importaba lo que pasaba, pero ¿qué era lo que pasaba?

Regresé al auto y emprendí mi camino a casa luego de despedirme de algunas personas y recibir, una vez más, esas recicladas palabras de condolencia. De nuevo debía pasar una hora conduciendo al ritmo de las baladas que se reproducían en la radio local, mientras la lluvia empapaba por completo el vidrio del frente.

Al llegar a casa, pasé sin prestar cuidado a nada y caminé directamente hasta el fondo de la cocina. Quería encender la calefacción porque el frío era tan intenso que sentía cómo acariciaba mis huesos. Levanté la mirada y vi el reloj de la pared, que indicaba que ya era la 1:30 pm. No solíamos almorzar tan tarde, así que me giré para ver hacia la sala y mencionarlo.

«¡Oye!, ¿qué vamos a c-»

¿Qué era lo que pretendía hacer? Caminé lentamente hasta el sofá, en el que sólo había pequeños trozos blancos que me arrastraron a la realidad. Las lágrimas brotaron de mis ojos, como una corriente violenta que estaba represada por una frágil pared que acababa de romperse. Caí de rodillas y empecé a mover todo con desespero, como si debajo de algún cojín fuese a encontrar algo que pudiera arrancar el dolor que sentía en el pecho. No podía parar de llorar y maldecir a la vida por eso. Lo único que me quedaba era tratar de encontrar su dulce aroma entre el intenso olor a medicamentos que invadía todo el lugar.

Es imposible creer que un ser creador y todopoderoso permite que sus hijos sufran de esta manera. Por eso, la mayor prueba de que dios no existe es este mundo donde las personas están condenadas a perder lo que más aman...

...

Cuando abrí los ojos de nuevo, la oscuridad se había hecho presente, y sólo las luces del exterior se filtraban por las ventanas. La noche había caído, y no había tenido conciencia para notarlo. El ardor de mi cara me hacía entender que había llorado hasta caer desmayado en el suelo de la sala. Me levanté a encender las luces, y en un acto involuntario, empecé a limpiar y ordenar todo. Movía y recogía por mero impulso corporal, mientras mi enceguecida mente aún seguía navegando en el dolor y la melancolía. Eran las 11 pm cuando terminé y me senté en el comedor a mirar a la nada. El vacío en mi pecho y la soledad de la casa eran una tortura intolerable, y no sabía cuál era el paso a seguir ahora. Lo único que se me ocurrió hacer fue tomar un cuaderno y empezar a escribir esto.

Buscaba respuesta a lo que sucedía, pero no encontré nada. Sin embargo, a hacer este recuento de mi historia junto a ella, me di cuenta de que había pasado mucho tiempo sin conocer lo que ella pensaba o sentía. La última vez había sido cuando expuso su malestar por lo ocurrido con Evelynn, antes de ingresar como profesor de la primera preparatoria.

Mi egocentrismo se apoderó de la idea de ser totalmente honesto ante ella, y bajo esa excusa terminé convirtiendo nuestra relación en un monólogo en el que poco a poco dejó de existir un lugar para sus historias diarias. Incluso había olvidado la pequeña alcancía en la que guardaba dinero para poder montar su florería, y ella se fue sin saber de eso.

Tal vez haya sido un problema reciente, o tal vez tuvo que cargar con un peso muy grande durante mucho tiempo, y no tuvo en su hogar un lugar en el que pudiera encontrar ayuda para alivianar su carga. Podría pasarme el resto de mi existencia suponiendo sus motivos, pero no iba a llegar nunca a la verdad. Lo único cierto es que había fallado como su compañero de vida, y sólo quedaba entender que soy el peor. No supe estar cuando ella lo necesitó, ni pude darle el apoyo y el amor que tal vez hubiesen podido darle fuerza para continuar.

Los primeros rayos del sol se asomaban, anunciando el inicio de una nueva jornada. Entre los tantos mensajes que recibí y no quise leer, había uno de la Directora Meyer. Supongo que es el permiso para faltar al trabajo, acompañado de otra de esas frases de cajón usadas en estas situaciones. Una parte de mi agradece su detalle, pero no voy a ausentarme. Las clases inician a las 8 am, así que aún tengo tiempo para prepararme. No he dormido nada desde ayer... espero no verme tan demacrado.

Puede parecer extraño que esté preocupado por este tipo de cosas cuando acabo de perder a la mujer que le daba sentido a mi vida, pero siento que no queda de otra. Sigo demostrando que soy el peor, pero hay algo que hago que me ha permitido recibir un poco de agradecimiento, y no pienso faltar a quienes me han dado eso. 

Seguiré dando clases sin dejar de esforzarme. Debo continuar sin descanso para educar a esos chicos y darles un impulso en sus vidas. Sí, tal vez si lo hago, podré tener una nueva oportunidad de ver esos ojos azules, mientras su voz replica suavemente aquellas palabras... «eres el mejor».